Entre los recuerdos de infancia que más se tienen presentes en personas mayores están la colaboración que hacían en sus casas para hacer los mandados. Sus visitas a la pulpería, a distintas horas del día, era una de las tareas que más recuerdan, no sólo por la posibilidad de apoyar a las personas adultas en la compra, sino también por la oportunidad de darse un corto paseo a pie o en bicicleta, manejar dinero, tener la posibilidad de elegir entre cantidades o productos de conformidad con el dinero disponible, brindar un recado al pulpero, y esperar la «feria».
La «feria» consistía en un pequeño obsequio que el pulpero le daba a los fieles compradores, principalmente menores de edad. Se trataba de una estrategia de mercadeo que el pulpero aplicaba a aquellas personas que eran fieles a su negocio. Generalmente se brindaba un confite, melcocha o galleta, golosinas que eran muy gustadas por los más pequeños.
Y es que la «feria» era una de las principales atracciones para que las personas quisieran hacerse cargo de ir a realizar las compras al negocio, y era común darla a quienes regularmente realizaban sus compras y no pedían fiado o pagaban puntualmente sus deudas. Para cumplir con esta estrategia de mercadeo, el pulpero mantenía un frasco lleno de confites y galletas para premiar a su fiel clientela. De igual forma, algunos pulperos acostumbraban obsequiar a las personas adultas unos gramos de más de mortadela, arroz o manteca, a manera de «feria» como una muestra de agradecimiento por la fidelidad.
De acuerdo con Barzuna (2009), la pulpería ocupó y aún representa, principalmente en el entorno rural y barriadas, uno de los espacios de vida comunitaria relevante, donde no sólo resalta el ajetreo comercial, sino también el intercambio social y cultural que logra establecerse entre las personas. En este contexto, en la antigüedad, el pulpero ejercía un liderazgo importante en la comunidad, y buscaba estrategias para mantener activo su negocio. La pulpería constituía un lugar de encuentro y tertulia, donde era posible informarse de los últimos acontecimientos de la comunidad y del país. De igual forma, se acostumbraba propiciar reuniones por las tardes, donde las personas, principalmente varones, llegaban a la pulpería y permanecían largo rato conversando e inclusive participando en juegos de mesa.
La pulpería constituía también un espacio de innovación en un espacio popular, al tener acceso no sólo a productos de consumo básico, sino también a nuevos alimentos que eran promocionados por la propaganda en forma afiches que se pegaban en las paredes de la pulpería, y que se ofrecían en las vitrinas o colgando en el techo, puesto que el autoservicio no era común hace más de cincuenta años en las pulperías.
La «feria» ha quedado prácticamente en el olvido, puesto que las nuevas dinámicas sociales y poca interacción entre las personas en las pulperías y mini supermercados. Se ha perdido el contacto cercano entre las personas que compran y los encargados de los negocios, evidenciándose que en algunos casos los pulperos ni tan siquiera pertenecen al barrio.
Debido a la inseguridad ciudadana, la permanencia en un negocio está limitada al momento de la compra, y el autoservicio hace que las mismas personas realicen el recorrido y adquieran solamente lo necesario, y no se acostumbra brindar obsequios o «ferias» como estrategia para propiciar la fidelidad de los consumidores a estos pequeños negocios.
Referencias:
Barzuna, G. (2009). La pulpería costarricense. Rev. Herencia. 22(2).
*Nota elaborada por M.Sc. Patricia Sedó Masís, docente Escuela de Nutrición UCR. 12 de marzo 2023.